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Una niña de 8 años recibió un balazo en la cabeza al salir de la escuela. Su caso es una muestra de lo que está en juego en Kensington.

Keilyn Natareno volvía a casa con su padre cuando fue alcanzada por una bala perdida.

“Jamás esperé que pase algo como esto porque supuestamente este es el país más seguro del mundo”, dijo Natareno.
“Jamás esperé que pase algo como esto porque supuestamente este es el país más seguro del mundo”, dijo Natareno.Read moreJessica Griffin / Staff Photographer

Keilyn Natareno atravesó el campo de escolares a la salida de la escuela Lewis Elkin Elementary, y corrió hacia su padre.

Tomados de la mano, se dirigieron a su camioneta blanca, estacionada en la avenida Allegheny, en Kensington. Keilyn, de 8 años, se sentó en el asiento del pasajero y su padre, Orlando, se puso al volante.

Keilyn reía mientras el auto comenzaba a avanzar cuando de repente, se oyó un golpe.

Por un instante, el padre de Keilyn pensó que una piedra había golpeado su parabrisas. Pero enseguida se dió cuenta que había un agujero del tamaño de un centavo en el vidrio y que su hija gritaba mientras su rostro se pintaba de sangre color rojo cereza.

Una bala perdida, disparada por un hombre con una pistola 9mm, había herido a Keilyn.

Para Orlando Natareno todo empezo a moverse en cámara lenta.

Él sacó su teléfono y marcó 9-1-1. “Necesito una emergencia”, le dijo a la operadora con voz tensa. “Mi niña tiene un impacto en la cabeza de una bala”.

En su desesperación el padre salió a la calle agitando los brazos para llamar la atención de las ambulancias. Pero otras dos personas también habían sido heridas por las balas, entre ellas una profesora. Al estar mas próximos al lado del que venian las ambulacionas, los paramédicos se detuvieron a prestar asistencia médica a los adultos primero.

Los gritos de Keilyn eran cada vez más fuertes. Natareno no pudo esperar más. Volvió a llamar a la policía y les dijo que él mismo llevaría a su hija al hospital.

Sus manos agarraron el volante con tal determinación que sus nudillos se tornaron blancos. Escoltado por un policía, la importancia del color de los semáforos se perdía con la urgencia de llegar al St. Christopher’s Hospital for Children, a solo dos kilómetros.

Los gritos de Keilyn se intensificaban. Había sangre en todas partes: en sus manos, el asiento del carro, y el uniforme escolar azul marino.

“Cálmate, Keilyn”, le decía el padre intentando tranquilizarla.

Ya casi llegaban.

Como lo recuerda Keilyn

Keilyn no recuerda haber sido impactada por la bala.

Ella recuerda haber subido al carro con su papá, después, piensa, se quedó dormida.

Pequeños momentos le vienen a la mente: un ruido fuerte, mirar el techo del auto, su padre pasándose los semáforos. Pero, todo lo recuerda como si se tratase de un sueño.

Lo siguiente que recuerda es despertar en una camilla

en el St. Christopher’s Hospital for Children, rodeada por casi una docena de enfermeras y médicos. Asustada y sin entender por qué la tocaba tanta gente, empezó a llorar. Los doctores le cortaron el uniforme, le dolía la cabeza, y ¿qué era lo qué le mojaba la cara?

Sangre.

“El doctor me revisaba la pancita, el brazo y el corazón”, dijo Keilyn. “Luego me pusieron una inyección en el brazo y los otros médicos me pusieron más inyecciones”.

Las heridas de Keilyn eran graves. El proyectil le había perforado un lado de la cabeza, cerca de la sien, rozando profundamente el lateral del cráneo y dejando un surco en forma de bala.

La bala no penetró el cráneo, pero el impacto del disparo provocó un hematoma subdural, o hemorragia, en el lóbulo temporal derecho del cerebro de Keilyn. Esta zona es responsable de la memoria, el lenguaje y las emociones de una persona, explicó Tina Loven, directora de neurocirugía pediátrica del hospital St. Christopher’s.

Fragmentos de bala y vidrio también cayeron en los ojos de Keilyn, de acuerdo a Loven, pero fueron tratados con un colirio y se recuperaron bien.

“Tuvo una suerte increíble”, dijo Loven en una entrevista posterior. “Si la bala hubiera estado un centímetro a la izquierda, esta sería una historia totalmente distinta”.

El país más seguro del mundo

En el hospital, Keilyn se sentía cada vez más angustiada. Mientras le hacían una resonancia magnética, dijo, no podía dejar de llorar por su padre, temiendo que a él también le hubiera pasado algo. No quería quedarme sola en el mundo.

Keilyn tiene mamá, pero durante el último año y medio, sólo han sido ella y su papá, quien llegó a Estados Unidos desde Guatemala hace 18 años.

“Él es mi todo”, dijo.

Hace dieciocho meses, la madre de Keilyn le cedió la custodia a Natareno, de 36 años. Keilyn no ha visto a su madre desde entonces, dice, y no le gusta hablar del tema.

Natareno la cría como padre soltero, dividiéndose entre su trabajo como padre y su negocio de construcción. La madre de él, su hija Jade de 17 años, y miembros de su iglesia le ayudan a menudo con el cuidado de la más pequeña de la casa.

Los Natareno viven en el corazón de Kensington, un barrio en medio de uno de los mayores mercados de droga al aire libre del país. Allí los disparos son un acontecimiento común, e ir y volver de la escuela puede tornarse en un camino tortuoso gracias a los traficantes de droga en cada esquinas y el consumo generalizado de drogas que aumenta el riesgo de violencia.

“Jamás esperé que pase algo como esto porque supuestamente este es el país más seguro del mundo”, dijo Natareno. “Y en muchos lugares es muy seguro, pero no donde yo vivo”.

La alcaldesa Cherelle L. Parker prometio acabar con el extenso mercado de opiodes del barrio y ha hablado a menudo del nivel de trauma al que están expuestos a diario los niños de Kensington.

Las lesiones de Keilyn muestran lo que está en juego.

El responsable sigue prófugo. Según la policía, el atacante viajaba en un monopatín por Allegheny, esquivando el tráfico, cuando una persona al volante chocó accidentalmente con él. Salió despedido del monopatín y se levantó sosteniéndose como si estuviera herido, para luego pararse a mitad de la calle y disparar cuatro veces sin dirección fija.

Un hombre de 45 años que pasaba por allí recibió un disparo en la pierna. Una maestra de 47 años que da clases en una escuela cercana, Conwell Middle School, recibió dos impactos en la cara. Ambos sobrevivieron.

Y luego esta Keilyn.

“Ver que esto le pase a su hija en pleno día, mientras la recogía del colegio, sentada en su carro, pensando que estás en tu lugar seguro. Y luego una bala le rompe el parabrisas”, dijo la doctora Loven. “Esta es su peor pesadilla, por suerte tuvo un final feliz, pero aquí no siempre es así”.

Los menores de 17 años cada vez representan una mayor parte de las víctimas de tiroteos en Filadelfia. En 2019, los niños representaban solo el 8% de las personas baleadas en la ciudad. Pero en lo que va del año, la cifra ha incrementado en un 13%, según los datos. Keilyn es la víctima de tiroteo más joven de 2024.

St. Christopher’s ha visto el impacto. Hace tres años, el hospital trató a 40 niños por heridas de bala. El año pasado, la cifra aumentó a 60.

Los niños son resistentes, pero ser expuestos a la violencia puede alterar gravemente su bienestar físico y emocional y su desarrollo, haciéndolos más propensos a tener ansiedad, depresión y otros problemas de salud mental.

Desde el tiroteo, Keilyn se niega a dormir sola, dice temer que alguien entre y le haga daño mientras duerme. A su corta edad, ella espera que la policía detenga a su atacante y lo lleve a la cárcel por “cómo 1.000 días”, dijo. “¡Más bien un billón de días!”.

Le consuela pensar que la policía busca al hombre que le disparó, dice. Luego pausa y se asusta.

“¿Qué pasa si le veo?”, preguntó con los ojos muy abiertos.

“No pasa nada”, se dijo a sí misma. “Hay personas vigilandolo”.

¿Quién?

“Dios”, dijo ella.

“Soy valiente”

La fe siempre ha formado parte fundamental en la vida de Keilyn y su padre. Cada mañana, se levantan y oran juntos: el uno por el otro, por su familia, por su comunidad. Los mantiene centrados.

Pero para Keilyn, Natareno siempre ha sido el calmante más potente, y ella también lo es para él.

“Mi princesa, mi muñeca”, le dice.

Cada noche en el hospital, él dormía en el pequeño sofá que había junto a la cama de su hija. Arregló el parabrisas y el asiento de la camioneta a pocos días del tiroteo para que los daños no le hagan recordar a Keilyn esa experiencia traumática. Y para el Día del Padre, programó un viaje para que los dos visitaran a su familia en el sur de California para alejarse del estrés de la ciudad.

Antes de partir, Keilyn sujetó la mano de su padre en el hospital una vez más, mientras le quitaban los puntos de la cabeza. Se sentó en la camilla y se le llenaron los ojos de lágrimas cuando Loven empezó a examinar la herida. Natareno se acercó a ella. Le secó las lágrimas y le acarició la mejilla mientras le retiraba las grapas.

En pocos minutos, Loven había terminado. En su recomendación, la doctora sugirió llevar a Keilyn a terapia y dijo que es normal que tenga pesadillas de vez en cuando.

Keilyn, sin embargo, dice que en realidad no sueña cuando duerme. “Sólo con unicornios”.

De acuerdo a la doctora, Keilyn al fin puede volver a lavarse el lado derecho del cabello.

“Con un champú suave”, dijo. “Como para los bebés”.

Keilyn entrecerró los ojos y frunció los labios con una pequeña sonrisa pícara de desacuerdo. Ella no es una bebé, al menos eso es lo que piensa.

En momentos de estrés, se susurra a sí misma con certeza: “Soy valiente”.

El periodista Dylan Purcell contribuyó a este artículo.